viernes, 23 de octubre de 2009

Primeros correos aéreos en Chile -1912-1920-

Cuando se demostró que el avión podía desplazarse a grandes distancias y que sus motores podían resistir el paso de las horas sin sufrir averías, se dio un gran salto en el desarrollo de la aviación.
Ahora venía otra etapa más difícil; ya los aviones cruzaban montañas y océanos, había pasado la fase de las demostraciones de feria en circuitos de cancha y era necesario buscar usos prácticos a estas naves aéreas. La etapa pionera de la aviación francesa comenzaba a dar sus frutos; ¡si hasta los propios hermanos Wrigth habían participado en ella!
Así, los militares le confieren labores de observación, bombardeo y fotografía aérea; en tanto la aviación civil comienza a insinuarse en vuelos con pasajeros en largas distancias y aprovechando espacios libres en sus máquinas, a transportar valijas de correo, contando para ello con la experiencia lograda durante años en globos y dirigibles.
Es a través de la década del diez que nuestros pioneros también participan de este proceso y realizan algunos tibios intentos de correos aéreos. De su estudio he logrado sacar a luz unos cuantos, unos más meritorios que otros, pero que colaboraron en el proceso de dar un paso adelante en el desarrollo de la aviación de nuestro país.

LOS PRIMEROS INTENTOS

El Teniente Eduardo Molina Lavín, quien había realizado sus estudios de aviación en Francia junto al Capitán Manuel Avalos Prado, regresó al país en marzo de 1912.
La inquietud por volar en la patria, para demostrar que su brevet de aviador otorgado por la Federación Aeronáutica Internacional, era genuino, le llevó a tomar contacto con los hermanos Copetta, quienes habían construido un aeroplano llamado "El Burrito", con un motor Anzani de 25 HP, de tres cilindros.
El 4 de abril de 1912 efectuó algunos vuelos a regular altura en Batuco, siendo el primer oficial de Ejército en volar en el país.
Debemos recordar que todavía Chile no contaba con aviación militar, a pesar de tener gente estudiando aviación en Francia. Por lo tanto, Molina no perdía la oportunidad de realizar algunos vuelos, cada vez que tenía oportunidad de hacerlo.
En marzo de ese año apareció por Chile el aviador francés Marcel Paillette, quien una vez realizadas sus presentaciones, vendió su biplano Farman al Teniente Molina.
Nuestro aviador realizó su primer vuelo de prueba en este avión el 25 de junio en la Chacra Valparaíso.
El 29 de ese mes realizó un nuevo vuelo de ensayo, que culminó con una falla de motor y el Farman montado sobre un árbol.
Reparadas las averías, el 13 de julio Molina efectuaba su primera presentación ante el público del Club Hípico, habiendo despegado de la chacra Valparaíso alrededor de las 16:00 horas., desde donde se dirigió al centro de la ciudad.
Cuando los espectadores del Club esperaban ver aterrizar al piloto, este pasó de largo, lanzando a la pista el siguiente mensaje:
"al público: Pido excusas por no poder aterrizar en el Club a causa de que no he conseguido que se despeje la cancha de las nuevas empalizadas y porque el motor no funciona bien (Fdo.) Eduardo Molina Lavín".
Este es el primer registro de un mensaje lanzado desde un más pesado que el aire en nuestro país. Hecho anecdótico, ya que fue realizado por un piloto militar que no pertenecía a una organización aeronáutica definida, porque simplemente esta todavía no se creaba oficialmente en nuestro Ejército.
---o0o---
Una de las más fervientes ideas de Luis Acevedo cuando regreso de Francia, donde se convirtiera en piloto aviador, fue la de que el Estado Chileno creara su propia Escuela de Aviación. Cada vez que tenía oportunidad de expresarlo, este joven pionero de los cielos nacionales, lo voceaba a quien quisiera escucharlo, con el convencimiento de que el país necesitaba contar con este adelanto de la ciencia que permitiría unir una tierra en que sólo el ferrocarril y el barco eran los medios eficientes de movilización, ya que de caminos poco se podía hablar en esa época.
Fue así como a mediados de 1912, Acevedo se trasladaba al norte en una gira que lo llevaría a Antofagasta e Iquique, la entonces rica zona salitrera, donde realizó varios vuelos.
El 31 de agosto, a bordo del vapor Maipo, llegaba el aviador a Iquique. Su arribo atrajo a miles de personas que querían conocer a este mapochino que de encuadernador primero y cantinero luego, había pasado a disputarle un espacio a los cóndores en su frágil máquina aérea.
Dos vuelos efectuó el popular aviador en la ciudad nortina, utilizando para sus evoluciones el hipódromo, ubicado en un lugar inmediato a la popular playa Cavancha.
Fue en uno de éstos vuelos que el aviador enfiló la proa de su avión hacia el mar, hasta un lugar cercano donde una veintena de buques de la Escuadra Nacional realizaban maniobras de combate.
Simulando ser un avión enemigo, evolucionó sobre los navíos, cuyos tripulantes todavía no podían imaginar que a corto plazo el arma aérea tendría un lugar de preeminencia en los cielos del mundo.
En un momento determinado Acevedo tomó altura y picó sobre la nave insignia de la flota y al pasar sobre cubierta arrojó un mensaje a nuestros marinos en los siguientes términos:
A la Marina Chilena

Yo doy la bienvenida, desde las alturas, por la felicidad de mi arribo a esta bahía, que es la gloria de Chile.
Estoy contento en este día, que puedo demostrar cuánto el aeroplano serviría a la defensa nacional, no solamente en el Ejército terrestre, sino al mismo tiempo en nuestras fuerzas de mar.
Nuestra nación debe imitar los adelantos de la Europa, que ya cuenta con la cuarta arma, que es la navegación aérea.
¡Debemos fundar la Escuela de Aviación!
¡Viva Chile!
¡Viva la Marina!
¡Viva el Ejército!
Luis Acevedo
(Aviador Nacional)
En tierra, el fervor popular de los pampinos estallaba en aplausos delirantes cada vez que el piloto realizaba tan arriesgadas maniobras y es posible que muchos ni se dieran cuenta que el aviador había dejado caer este mensaje en su picada sobre el buque insignia..
---o0o---

La primera tentativa de correo aéreo realizada por el piloto Clodomiro Figueroa Ponce, tuvo lugar el 25 de marzo de 1913, durante el raid Batuco-Valparaíso-Santiago, sin escalas, con el que el aviador, según su propia confesión dejó en alto el honor nacional, luego de que el italiano Napoleón Rapini, de paso por chile, realizara el raid Valparaíso -Santiago-Valparaíso, con escala en la Capital.
Don Cloro, preparó su “Caupolicán”, un avión armado con el motor Gnome de 50 HP del Bleriot que Acevedo había destruido días antes en el Club Hípico, además de las alas y otras piezas del aeroplano en el cual nunca pudo volar Eduardo Stockelbrand. Este verdadero engendro de avión fue armado por los hermanos Copetta y su mecánico francés Henry Goudou.
El día anterior al raid, el aviador y su equipo durmieron agradablemente en las casas patronales de la hacienda Batuco, de propiedad de don José Filomeno Cifuentes, con el fin de poder estar tempranamente en el que fuera el primer campo de aviación destinado a estos fines en nuestro país. Cabe señalar que en esos años, para cubrir la distancia de 30 kilómetros desde la Capital, solamente se contaba con el ferrocarril de Santiago a Valparaíso, el que tenía detención en la estación Batuco.
Tempranamente el día del vuelo, Figueroa, la familia Cifuentes en pleno y su amigo Lisandro Santelices, se dirigieron alegremente en varios carruajes al campo aéreo, donde los mecánicos Goudou y Copetta colocaban a punto al “Caupolicán”, que antes de las ocho de la mañana ya estaba listo para emprender el vuelo.
Figueroa fue despedido por los presentes, momentos en que la joven Carolina Cifuentes puso la nota romántica, al entregar al valeroso aviador un hermoso ramo de jazmines, presagio de la victoria que esperaba al piloto en su lucha aérea.
Al primer tirón de la hélice el motor se puso en marcha. Con 40 kilos de exceso, Godou confidenció a Figueroa: “si el aparato decola estamos salvados”.
Y afortunadamente el aparato decoló y en breves minutos se elevaba a trescientos metros, siguiendo la línea del ferrocarril, la mejor carta de navegación de la época. Luego de una hora cuarenta minutos de vuelo, el aviador volaba sobre Viña del Mar.
Cuando cruzaba la ciudad, nuestro aviador sacó de su bolsillo una carta que llevaba preparada para los hermanos Rapini y la lanzó sobre la ciudad, la que fue encontrada en el cerro del Castillo por don Edgardo Acevedo, quien luego de leer el mensaje del sobre la hizo llegar a su destinatario. El sobre decía:
“Ruego a la persona que encontrare esta carta, la haga llegar a su destino. Se lo agradecerá el aviador nacional Clodomiro Figueroa”
La dirección era: “Los aviadores Napoleón y Miguel Rapini, Hotel de France, Viña del Mar”.
Raid Batuco-Valparaíso-Santiago.
En su interior el sobre llevaba una esquela que decía:
Clodomiro Figueroa P., Saluda atentamente al valiente Napoleón y al intrépido Miguel Rapini. Quiero que al partir de Chile lleven como un recuerdo, en compañía de su hermana Elena, el saludo cariñoso de su amigo, desde el hermoso cielo azul de la Patria. Deséoles que siempre les acompañe la fortuna, coronando sus frentes de laureles conquistados para la gloria de Italia.
Marzo 25 de 1913.- Clodomiro Figueroa.
En breves minutos Figueroa ya sobrevolaba Valparaíso. Aquí lanzó su segunda carta, dirigida a la prensa, la que fue encontrada por don Demetrio alvear. Esta decía así:
Clodomiro Figueroa P., saluda atentamente a la Dirección del Mercurio, El Día, El Chileno y La Unión, y les ruega que en su nombre pida perdones al distinguido público de Valparaíso por no tener el placer de aterrizar con su “Caupolicán” en tierra porteña. El honor de la Patria exige que procure, como chileno, sobrepasar al bravo Napoleón Rapini.
Porteños: hasta luego.- C. Figueroa.
Más tarde Figueroa agradeció el gesto del ramo de flores de Carolina Cifuentes, con una hermosa esquela adornada con una rosa, que la Revista Zig-Zag publicó en un artículo sobre el aviador.
Estos fueron los dos primeros ensayos de correo aéreo practicados por estos meritorios pioneros en aquellos primeros años de nuestra naciente aviación.

EL CORREO ANCUD-PUERTO MONTT DE DAVID FUENTES

Durante muchos años las páginas del Diario El Llanquihue, de Puerto Montt, y otros diarios de provincia, guardaron celosamente la información de un trozo de vida provinciana en la que el aviador David Fuentes Sosa y su Bleriot “Talcahuano” tuvieron una participación destacada. Sin embargo cabe preguntarse ¿Qué pasó que esta información no repercutió en los diarios capitalinos? Y la verdad es que son muchas las preguntas que podrían hacerse y que naturalmente no tendrían una respuesta adecuada. Sólo el escritor aeronáutico portomontino Sergio Millar soto vino a rescatar, en parte, la historia de este vuelo en su libro Caballeros del Aire Austral, editado en 1994.
Lo cierto es que entre el 10 y el 11 de diciembre de 1916, nuestro aviador llevó a cabo el primer correo aéreo conocido hasta la fecha, en nuestro territorio.
Fuentes había tenido un año espléndido. El 4 de marzo le correspondió volar con un acompañante de resonancia mundial, nada menos que el mismísimo Santos Dumont, a quien llevó a Viña del Mar con motivo del programa de la Primera Conferencia Aeronáutica Panamericana. A mediados de año realizaba una gira por el sur del país acompañado del aviador Eugenio Castro y el mecánico Alfredo Vidal. El día 1º de noviembre había cumplido la hazaña de cruzar por primera vez el Estrecho de Magallanes, uniendo Punta Arenas con Porvenir. De igual forma realizó en Punta Arenas un vuelo en el que por primera vez se lanzaron volantes de propaganda sobre la ciudad.
Posteriormente el aviador se dirigió en vapor a Puerto Montt, desde donde embarcó el Talcahuano en el transporte Casma de la Armada Nacional, con rumbo a Ancud, donde realizó algunos vuelos con pasajero y el día 10 de diciembre a las 06:45 horas emprendía el vuelo llevando como pasajero a don Federico Mücke y un cargamento especial: Un paquete con cartas del correo para su similar de Puerto Montt.
Lamentablemente el viaje sufrió un considerable retraso, ya que al llegar al Canal de Chacao se descompuso la brújula, situación que unida a una espesa neblina que cubría el sector, hizo extraviar la ruta al piloto.
A las 10 de la mañana, temiendo lo peor zarpó una pequeña expedición de tres escampavías de la Armada en busca de los viajeros, los que fueron ubicados al día siguiente en el pueblo de Contao, donde afortunadamente habían aterrizado sin novedad. Desde aquí tuvieron que dirigirse en bote a Calbuco en busca de combustible, el que habían consumido totalmente buscando un lugar apropiado para aterrizar.
El día 11 de diciembre, cerca de las seis de la tarde, los pitos de los vapores anunciaban que el avión se aproximaba, causando la expectación de los cientos de curiosos que esperaban de temprano el regreso del “Talcahuano”. Momentos más tarde, junto a la estación de ferrocarriles, Fuentes realizaba un perfecto aterrizaje y piloto y pasajero descendían sonrientes de la máquina.
En ese momento se acercó al aviador el Administrador de Correos don Arístides Díaz, quien preguntó por la correspondencia enviada desde Ancud. Fuentes entregó al Administrador un pequeño paquete con cartas, que al decir del diario El Llanquihue, que cubrió la información, era la primera correspondencia que se enviaba por el aire desde Ancud a Puerto Montt.
Yo tendría que decir que el periódico se equivocaba, ya que esa no era la primera correspondencia aérea entre Ancud y Puerto Montt. Era realmente el primer correo aéreo realizado en el país y ellos estaban viviendo ese momento histórico al que nadie dio mayor importancia.
Entre las cartas venía una nota del Primer Alcalde de Ancud, dirigida a su similar de Puerto Montt, la que afortunadamente publicó El Llanquihue en su edición del 12 de diciembre:
“Ancud, 10 de diciembre de 1916.
El infrascrito, Primer alcalde de Ancud, tiene el particular placer de saludar efusivamente a su distinguido colega de la ciudad de Puerto Montt, aprovechando los progresos de la navegación aérea, en el primer raid de esta ciudad a la capital de Llanquihue, felizmente iniciado hoy por el intrépido piloto aviador Señor David Fuentes, quien con admirable seguridad y pericia gobierna a su querido “Talcahuano Bleriot”, de cuyo hecho quiere dejar constancia, como feliz augurio de futuro acercamiento y de progresos no lejanos de estas provincias australes. Luis Alvarez Gallo.
Al parecer sólo esta nota queda de este primer correo aéreo realizado en nuestro país. Seguramente los sobres y las cartas que viajaron en el avión fueron destruidas o perdidas por sus destinatarios, quienes a lo mejor tampoco supieron que ellas habían llegado por este medio a sus manos. De seguro tampoco hubo sellos ni notas especiales en los sobres, ya que de haber sido así, más de algún filatélico habría reclamado la validez de este correo.


CORREO AEREO SANTIAGO – VALPARAISO – SANTIAGO

Ese día 1º de enero de 1919, parecía ser otro día del calor tórrido que invade la capital en esa época. La ciudadanía todavía no terminaba de dar los clásicos abrazos de Año Nuevo, cuando los más entusiastas ya llenaban las tribunas del Club Hípico, donde, con motivo de la tradicional celebración del torneo militar de año nuevo, el aviador Clodomiro Figueroa Ponce daría inicio a un nuevo raid Santiago - Valparaíso – Santiago, vuelo en el que el popular aviador realizaría el primer correo aéreo al puerto.

La planificación del vuelo incluyó el diseño de una estampilla con la foto del aviador, a la que en su parte superior se le colocó la frase “Correo Aéreo”, en el centro la foto rodeada por un óvalo y en ambos costados se indicaba su valor : “cinco pesos”. En la parte inferior se ubicó la leyenda “Aviador Figueroa”. Rodeaba el óvalo una artística viñeta, El dentado de cada una de esta particulares estampillas fue realizado con una máquina de coser. El diseño fotográfico fue realizado por Aurelio Vera, profesional de categoría de la época, amigo y fotógrafo oficial del aviador, quién además estampó su rúbrica sobre la foto.
La venta de los sellos se realizó con la debida anticipación en el Aéro-Club, Fotografía Vera, Confitería Palet, algunos diarios y otros locales que colaboraron en su colocación al público.
Los pormenores de la preparación del vuelo habían sido profusamente difundidos por la prensa, como era costumbre en Don Cloro, quien se valía de este medio para invitar al público a ver sus populares volaciones.
A las 08:30 horas el aviador ya estaba listo para el despegue. En esos momentos, de manos del Capitán y Piloto Militar Enrique Pérez Lavín, Figueroa recibió oficialmente la saca con correspondencia, la que contenía 539 cartas (según fuentes de la época), siendo ubicada en el interior del avión, el cual tomó pista y se elevó majestuoso con su carga de cartas y saludos de Año Nuevo rumbo al puerto de Valparaíso, mientras el numeroso público reunido en dicho lugar aclamaba al piloto.
Era éste un correo especial. En primer lugar era el primer correo aéreo particular que se realizaba en nuestro país, ya que Correos de Chile no tuvo intervención oficial en la recepción de la correspondencia y cuando fue necesario entregar parte de ella al correo porteño, además del sello aéreo del aviador, se colocó a cada carta el franqueo oficial correspondiente.
Después de una hora y quince minutos de vuelo, el Bleriot “Valparaíso”, de 80 HP, realizaba un feliz aterrizaje en Playa Ancha.
El piloto distribuyó la correspondencia a los principales diarios de Valparaíso, y el resto de las cartas fue entregada por un servicio de automóviles, previamente concertados para su reparto, obteniendo los mensajeros como remuneración un peso por cada una de las cartas que contenía la valija.
Debido al fuerte viento reinante, Figueroa debió aplazar hasta las 19.05 horas el regreso a Santiago. Una muchedumbre entusiasta avivó al piloto en los momentos de elevarse en Playa Ancha con destino a la Capital. Media hora antes de llegar a Santiago fue sorprendido por la obscuridad. Antes de aterrizar el aviador dio una vuelta sobre la ciudad, que a esa hora ofrecía un hermoso aspecto con la iluminación de algunos edificios como Gath y Chávez, Casa Francesa y otros edificios céntricos, debiendo tomar toda clase de precauciones para el descenso en el Club Hípico, donde solamente lo esperaba un pequeño grupo de amigos, quienes le marcaron la pista con algunas luces, aterrizando Figueroa sin novedad, luego de una hora y treinta minutos de vuelo.
Sin pérdida de tiempo, Figueroa se trasladó a la oficina de “El Mercurio” y “El Diario Ilustrado”, donde hizo entrega de aproximadamente cuatrocientas cincuenta cartas, las que fueron distribuidas esa misma noche. Luego el aviador se dirigió a la Moneda para hacer entrega de cartas al Presidente de la República y al Ministro de Guerra, enviadas por el Círculo Naval.

LOS PROYECTOS PERDIDOS

Al término de la Primera Guerra Mundial los países beligerantes se encontraron con una indeterminada cantidad sobrante de material de vuelo, al que rápidamente había que buscarle colocación en tiempos de paz.
Una gran cantidad de estas máquinas sirvieron para compensar a países como Chile, al que se le habían retenido buques de guerra que estaban en construcción en sus astilleros.
Por este aporte involuntario, Chile recibió 36 aeroplanos y 14 hidroaviones de parte del Reino Unido, con cuyo material llegó también el instructor Víctor Huston, quien con estas máquinas dio un nuevo impulso a la aviación militar de nuestro país.
En diversos países donde la empresa privada había aportado capitales, fábricas y tecnología, se buscaba la forma de que sus aviones sobrantes o en etapa de producción, pudieran tener una utilidad práctica.
Fue así como se incentivó el transporte aéreo, que ya realizaban con éxito los dirigibles desde antes de la guerra.
Bombarderos con capacidad para tres o más personas fueron adaptados para esta nueva actividad comercial.
Los Estados, preocupados también de esta situación, comenzaron a enviar por el mundo diversas misiones, tanto comerciales, como informativas, sobre sus acciones en la Gran Guerra.
Fue así como en los primeros días de enero de 1919, los chilenos se enteraban por la prensa que don Agustín Edwards, Embajador de Chile en Londres, había recibido un memorándum presentado por la Casa Vickers y Cía, en la que se consultaba hasta qué punto el Gobierno chileno estaría dispuesto a contribuir financieramente al establecimiento en Chile de la aeronavegación comercial. Las bases que ofrecía la empresa eran las siguientes:
- Fundación de una Sociedad de Transportes Aéreos, para la conducción de correspondencia, pasajeros y carga.
- Se comenzaría con un capital de cien mil libras y ochenta mil libras más para la explotación durante el primer año.
- Se traerían seis hidroplanos y seis aeroplanos. Si la empresa tuviese éxito se desarrollaría su acción hasta fabricar los aparatos en el país y fundar y sostener una escuela de aviación.
- Cada pasajero pagaría $ 0.31 oro por cada kilómetro y de $0.83 la tonelada de carga por kilómetro. Los aviones se desplazarían a una velocidad de 129 kilómetros por hora.
- Sobre esta base, la empresa calculaba las entradas anuales en unas 120.000 libras.
- El viaje entre Santiago y Valparaíso demoraría 46 minutos. Entre Punta Arenas y Puerto Montt la demora sería de doce horas.
- En el documento elevado por el Embajador a nuestro Gobierno, expresaba que para impulsar y desarrollar la aeronavegación comercial, deberían hacerse inversiones en aeródromos y, antes que nada, crear un organismo administrativo especial que tome a su cargo todo lo relacionado con el ramo.
Debemos recordar que la casa Vickers era la constructora de los entonces afamados bombarderos pesados Vickers Vimy, bimotores que durante el año 1919 participaron en el primer cruce del Atlántico y en el vuelo de Gran Bretaña a Australia.
---o0o---

También durante ese mes visitaba Chile el periodista italiano Aquiles Ricciardi, quien se entrevistó con el Ministro de Relaciones Exteriores y luego dictó una conferencia en la Universidad de Chile. El fin de su visita estaba relacionado con la implantación de una línea aérea entre Génova y Santiago de Chile. Durante su estada en nuestro país, Ricciardi se hizo acompañar del doctor Juan Noé, quien lo presentó a nuestras más altas autoridades.
En febrero de 1919 también visitaron Santiago los representantes de Handley-Page Bruce Douglas e Ivor Berlins, este último Mayor del Ejército Británico, quienes solicitaron facilidades al Gobierno para instalar un servicio aéreo entre el centro y norte del país.
---o0o---
Como podemos ver no fue una, sino varias las ofertas para establecer líneas aéreas en nuestro país antes de 1920. Es posible que en aquellos años nuestro Gobierno considerara elevados los costos de mantenimiento de una línea de estas características, o lo que se conocía hasta esa fecha como máquinas aéreas en el país eran demasiado precarias como para pensar que Chile podía aspirar a tener un sistema de aeronavegación comercial, rápido y seguro, como el que recién comenzaba a instaurarse en Europa.
Así el correo aéreo y el transporte de pasajeros y carga, perdieron su oportunidad (la más clara presentada por la firma británica Vickers), de contar tempranamente con una línea aérea.
No obstante, estas iniciativas habían logrado despertar una cierta conciencia de lo que significaría el transporte aéreo dentro del país. Por otra parte, ratificando lo adelantado que llegaron a estar algunas conversaciones de esta índole, basta recordar la iniciativa de la Cía. The Chile Exploration Co., la que en abril de 1919 inició la construcción de un hangar en Tocopilla, con el fin de establecer un correo aéreo de correspondencia y remesas de dinero.

EL PRIMER CORREO AEREO INTERNACIONAL

El primer correo aéreo internacional llegado al país tuvo caracteres especiales. Lo trajo desde Buenos Aires el Teniente de la aviación italiana Antonio Locatelli.
El vuelo obedecía a un gesto de confraternidad realizado por la Misión Aeronáutica de Italia, que había arribado con sus aviones a Buenos Aires el día 13 de marzo de 1919 en el barco “Tomaso di Savoia”, el que además trajo un numeroso contingente que había luchado bajo las banderas aliadas durante la Primera Guerra Mundial.
Comandaba la misión el barón Antonio de Marchi y la integraban prestigiosos oficiales, suboficiales y personal técnico que había participado también en la citada contienda bélica.
Destacaba entre sus oficiales el Teniente Antonio Locatelli, conocido piloto de la época, que ostentaba sobre su pecho tres medallas de plata y una de oro al Valor Militar, concedidas por su país en mérito a sus distinguidos servicios prestados como aviador.
Locatelli pertenecía a la 87ª Escuadrilla de Observación, dotada con aviones Ansaldo S.V.A.5, monoplaza, de 220 HP, destacando en su hoja de vida un vuelo de reconocimiento sobre Friedrichshafen, acompañado de Ferrarín, el 21 de mayo de 1918, con un recorrido aproximado de 700 kilómetros.
También había participado en el llamado “raid pacífico sobre Viena”, en el cual el poeta Gabriele D’Annunzio, voló en un avión piloteado por Natalle Palli, vuelo en que se recorrieron casi 1.000 kilómetros, un 80% de ellos sobre territorio enemigo. En la oportunidad se lanzaron proclamas escritas por el poeta y se tomaron fotos de la ciudad; en síntesis, un temerario vuelo de observación en pleno día.
Es posible que estos méritos pesaran sobre sus compañeros para que se le concediera la autorización para realizar el raid del Atlántico al Pacífico, uniendo Buenos Aires con Viña del Mar y Santiago.
Locatelli inició su raid en solitario en horas de la mañana del 22 de julio de 1919 en un avión Ansaldo S.V.A.5 de 220 HP tipo “Viena” (llamado así por haber participado en el referido raid), desde el campo aéreo de El Palomar, con el propósito de unir en vuelo directo Buenos Aires con Santiago.
Como carga adicional traía una valija con correspondencia oficial, sellada por el correo bonaerense, destinada a convertirse en el primer correo internacional entre ambas naciones.
Sin embargo el fuerte viento en contra frenó al SVA, debiendo aterrizar en Lagunitas, entre borbollón y Algarrobal, luego de un vuelo de cinco horas en el que se desplazó 1200 kilómetros.
El día 30 de julio, luego de haber superados algunos pequeños inconvenientes, Locatelli reanudó su vuelo desde Algarrobal a las 7:23 horas, trayendo la primitiva valija de correo (que fue incrementada en Mendoza) en la que podía leerse un sello especial, como procedente del Segundo Correo Aéreo Internacional.
De acuerdo a versiones de prensa la saca contenía 171 cartas simples, 83 impresos y un paquete especial para el diario El Mercurio, de Santiago.
A las 09:25 horas. Luego de dar algunas vueltas por el puerto de Valparaíso, Locatelli colocaba ruedas en el Sporting Club de Viña del Mar. Desde allí una cálida recepción de connacionales le llevó hasta el Club de Viña y luego a Valparaíso.
En tanto, en Santiago, una nutrida delegación de la colectividad italiana y autoridades militares y políticas esperaban al aviador, quien despegó de Viña a las 16:40 horas.
Su llegada revistió caracteres de triunfo. Luego de beber una copa de champaña en el casino de la Escuela, Locatelli se dirigió en automóvil al correo central, donde entregó oficialmente la valija con el correo internacional.
Entre sus cartas venía una nota especial dirigida por el baron de Marchi al Presidente de la República Juan Luis Sanfuentes, la que textualmente decía:
“La Misión Aeronáutica Militar Italiana en la Argentina, sumamente honrada, envía en el día de hoy a uno de sus pilotos, para llevar a V.E. y por su intermedio al pueblo, ejército de tierra, mar y aire de la gran nación hermana, un reverente y afectuoso saludo, haciendo votos para que la nueva era de paz que se inicia, sea de confraternidad y resultado práctico para los pueblos de América, bajo la égida simbólica del Cristo Redentor de Los Andes”.
Era el primer saludo internacional que llegaba desde una nación hermana vía aérea y un joven piloto italiano había servido como enlace para llevar a feliz término esta misión.
Locatelli regresó a Buenos Aires en vuelo directo el día 5 de agosto, despegando desde El Bosque a las 07:15 horas, dirigiéndose a Valparaíso, sobre cuya ciudad viró rectamente hacia el Aconcagua, aterrizando sin escalas en la Base Aérea El Palomar a las 15:40 horas. Había unido por primera vez ambas capitales en un vuelo de 7 horas con treinta minutos.
En esta oportunidad el piloto también llevó una saca con correo para Buenos Aires, en cuyo exterior podía leerse “VIA AEREA Nº 1 Atención del Teniente Sr. Locatelli”.
Entre las cartas iba la respuesta del Presidente Sanfuentes al barón Antonio de Marchi, titular de la Misión Italiana, concebida en los siguientes términos:
“He recibido con profunda satisfacción el mensaje que la Misión Aeronáutica Militar Italiana en la Argentina confió a las intrépidas manos de uno de sus más brillantes voladores. El pueblo y ejército chilenos agradecen cordialmente ese saludo y felicitan a la Misión y su digno jefe por el triunfo del piloto Locatelli, que agrega su nombre a la historia de las comunicaciones aéreas chileno-argentinas, recién iniciadas para la más completa vinculación de los dos pueblos hermanos, estrechamente unidos a la simbólica sombra protectora del Cristo Redentor”.
---o0o---
Con este Correo Aéreo Internacional intercambiado en ambos sentidos entre los Correos de Chile y Argentina, termina este período de proyectos y realizaciones de Correo Aéreo. Pero será la década del ’20 cuando recién se establecerá en Chile un Correo Aéreo regular, en el que intervendrá directamente el Estado dando las concesiones respectivas.

VEHÍCULOS FRANCESES PARA CORREO AÉREO

En diciembre de 1919, arribaba a Valparaíso una misión francesa de aviación con un cargamento de camiones desarmados, destinados a cumplir una misión desconocida en el país. Habían sido concebidos como coches correo, con una cómoda cabina para recibir giros, encomiendas delicadas y habilitados para expendio de estampillas especiales de aviación.
La prensa destacaba en sus publicaciones sobre estos extraños vehículos, que cuando se inaugure el servicio de aviación postal en Chile, funcionarán estos autos portadores de correspondencia.
Eran estos coches de gran potencia y velocidad, similares a los usados por una empresa francesa en París, para movilizar tropas a los campos de batalla.
Luego de su exposición, los coches siguieron su ruta buscando mejores aleros para desempeñar su misión en otros países donde hubiera mayor interés por desarrollar la aviación, donde estos vehículos tendrían un papel de apoyo entre el correo y el avión.

---o0o---



BIBLIOGRAFIA

- Caballeros del Aire Austral 1914-1964 Sergio Millar Soto, 1994
- El Correo Aéreo Transandino, Augusto Victor Bousquet, 1985
- Historia Aeronáutica de Chile, Enrique Flores Alvarez, 1950
- La Primera Víctima, Claudio de Alas, 1913
- El Mercurio, diario, 1918 y 1919
- El Llanquihue, Diario, diciembre 1916
- Revista Auto y Aero, 1919
- Revista Sucesos, 1919
- Chile Filatélico Nros. 163 y 164, 1966
- Zig-Zag, Revista, diversos años.
-

sábado, 17 de octubre de 2009

Paracaidismo pionero en Chile





Teniente Francisco lagreze


El año 1924 un alemán vino a Chile con el fin de promover un paracaídas de su invención. A pesar de haber visitado otros países del Cono Sur de nuestro Continente, no había encontrado voluntarios que se arriesgaran a saltar desde un avión. En Chile permaneció alrededor de dos meses, lapso en el que dos chilenos siguiendo sus instrucciones se lanzaron al espacio desde aviones en Santiago y Valparaíso.
El primero de ellos fue el Teniente de Ejército y aviador de la Escuela de Aviación Francisco Lagreze Pérez.
El segundo fue el Piloto Aviador Naval Agustín Alcayaga Jorquera.
Hoy, al cumplirse 80 años de aquellos primeros saltos en paracaídas desde un avión en sudamérica por nuestros connacionales, es propio rendirles un sentido homenaje y nada mejor que hacerlo recordando sus acciones llevadas a cabo el ya lejano año de 1924.



El paracaidista alemán Otto Heinecke

Aquel mes de septiembre de 1924, fue un mes especial. El día 11 había asumido el mando de la nación la Junta de Gobierno  comandada por el General Luis Altamirano, como epílogo de aquel movimiento que pasó a la historia como “Ruido de Sables”, en el que un grupo de militares hizo saber su descontento a la autoridad haciendo sonar el arma de honor en el interior del Congreso Nacional.
Bajo un cielo embanderado de volantines multicolores, que se habían pavoneado por toda la elipse del Parque Cousiño durante las Fiestas Patrias,  comenzaban a quedar atrás las celebraciones de aquel año. Y fue a fines de aquel mes glorioso cuando procedente de Argentina arribó a nuestro país un joven alemán que traía entre su equipaje un par de bolsos de tela en los que encerraba un valioso capital: dos paracaídas de su invención, con los que  había realizado demostraciones con gran éxito en Argentina y Uruguay, destacando un salto con su esposa Elisa Schneider, que lo acompañaba, sobre la bahía de Montevideo.
Fue así como en nuestro país se conoció aquel adelanto práctico que estaba destinado a “salvar la vida de los pilotos en situaciones de emergencia”, como decía este personaje llamado Otto Heinecke, un alemán que algo entendía de español, pero no lo hablaba, pesar de su permanencia en la Argentina, donde había llegado a fines de abril de 1923 en el famoso vapor “Cap Polonio”, que realizaba la carrera entre Europa y América.
Pero este paracaidista, al que los medios periodísticos llamaban indistintamente técnico o ingeniero, talvez no pasaba de ser un aviador de la época heroica, que había encontrado en un paracaídas mejorado por él, el medio de proteger a los aviadores cuando un desperfecto de su avión  los precipitaba violentamente a tierra.
Este joven participaba en el frente de lucha de su país durante la Primera Guerra Mundial, cuando las autoridades aeronáuticas viendo la gran cantidad de pilotos que perdían la vida al ser derribados por el enemigo, decidieron acudir a sus méritos en esta materia un tanto desconocida para la época y lo colocaron al frente de un Curso de Paracaidistas en el que  instruía principalmente a los aviadores que cumplirían labor en los frentes de batalla. Allí pudo perfeccionar aún más sus conocimientos, lo que decidió divulgar por el mundo una vez terminado el conflicto. Aparte de su gira por América junto a su esposa, el matrimonio había recorrido Dinamarca, Suecia, noruega, Holanda, Suiza, Francia y Checoslovaquia, viajes que le habían proporcionado un buen dividendo en sus presentaciones. 
La prensa nacional comienza a recoger sus impresiones recién el 25 de septiembre, haciendo presente que hacía varios días se hallaba en el país este personaje que ya había recorrido varios países de Europa mostrando su particular paracaídas.
Desde su llegada a América, Heinecke había tratado de interesar a potenciales postulantes para que realizaran saltos en paracaídas, con el fin de introducir este elemento para demostraciones en festivales aéreos y como elemento auxiliar de salvataje en caso de accidentes; sin embargo hasta esa fecha ningún valiente se había atrevido a lanzarse desde un avión con el pequeño paracaídas a la espalda como única tabla de salvación.
Por tal motivo y al igual como lo había hecho en la Argentina, Heinecke recurrió a la Aviación Militar  para pedir el apoyo de un avión que le permitiera realizar las demostraciones necesarias. El día miércoles 24 de ese mes fue recibido por el Inspector General de Aviación General Luis Contreras Sotomayor, el Capitán Federico Barahona Walton, Director de la Escuela de Aviación y los oficiales del Plantel.
Se puede presumir que esta reunión ya había sido concertada con anterioridad y que nuestros aviadores conocían de las destrezas del paracaidista Heinecke, ya que pocos minutos después de las diez de la mañana, el Capitán Barahona personalmente se elevaba en un Avro, conduciendo al paracaidista para que demostrara sus cualidades ante este reducido grupo de espectadores.
A una altura de 620 metros, el paracaidista inició su descenso, permaneciendo dos minutos y 22 segundos en el aire, antes de posarse en la misma pista de aterrizaje de la Escuela, sin novedad y casi andando, como dijeron cronistas de la época, que estuvieron presentes en el lugar del lanzamiento.
Este impecable salto causó una gran expectación entre los presentes, siendo efusivamente felicitado el paracaidista por el General Contreras y oficiales presentes.
Según sus propias declaraciones, este era el 90º salto realizado por Heinecke, quien además se mostró muy complacido ante la pericia demostrada por el Capitán Barahona en los momentos de realizar el salto, quien se atuvo estrictamente a las instrucciones de Heinecke para estos efectos.
Ese mismo día la prensa informaba que el alemán daría algunas clases prácticas a los aviadores militares y el próximo lunes realizaría una segunda prueba ante el Sr. Ministro de Guerra y otros Jefes Superiores.
Es en este lapso, de fin de semana cuando se cambia el programa que Heinecke había dado a conocer a la prensa, con el fin de que el público no se enterara del próximo salto que realizaría el paracaidista, quién además había incentivado a los aviadores militares para que realizaran un salto de prueba.
Es posible que este fuera el motivo por el cual la Escuela pidió expresamente al acróbata que no difundiera la fecha exacta de su próxima demostración, en la que además un piloto militar se expondría a realizar un salto, con las consecuencias que eran imposibles de prever.
 Por tal motivo ambas demostraciones fueron integradas a un festival aéreo que se realizaría ese día domingo, donde algunos niños presentarían aeromodelos impulsados por elástico y aviones de la Escuela realizarían variados ejercicios en el aire, nada especial, que llamara la atención del gran público capitalino, que en esos años no podía llegar muy fácilmente a El Bosque.


El Festival Aéreo en la Escuela de Aviación

Fue así como ese día domingo 28 de septiembre, a las 10:30 horas, ingresaba a la Escuela de Aviación el ministro de Guerra y Marina, Almirante Luis Gómez Carreño, nombrado recientemente en ese cargo por la Junta Militar, quien fue recibido con los honores de reglamento por el General Luis Contreras, el Capitán Barahona y toda la oficialidad.

Concurrían especialmente invitados los presidentes de la Corte Suprema y de Apelaciones de Santiago, jueces de letras, secretarios de tribunales y miembros de la aristocracia santiaguina.

La ceremonia se inició con un recorrido por las diversas reparticiones, incluidos hangares y la Maestranza de la Escuela.
Luego la comitiva oficial se dirigió a la cancha de deportes, donde se hallaban reunidos algunos niños que con más de treinta aeroplanos participaban en el primer concurso de aeromodelismo. Dicho concurso fue ganado por el jovencito Enrique Flores Alvarez,    de 15 años de edad, quien presentó diez aeroplanos, haciéndose acreedor a una medalla de plata y cincuenta pesos, premio que le fue entregado por el Ministro de Guerra Almirante Luis Gómez Carreño.
A continuación el General Contreras invitó a las autoridades a presenciar los vuelos programados para ese día.
Los aviones estaban listos para recibir la orden de largada, por lo que a una señal fueron remontando el vuelo  y ya en el aire ejecutaron diversos ejercicios de altura, distancia, reconocimiento y duración en el aire.
Concluidos éstos, los aviones aterrizaron, siendo felicitados los pilotos por el Almirante Gómez Carreño y autoridades presentes.
A continuación el paracaidista Heinecke fue presentado al ministro, dando una pequeña disertación sobre las capacidades de su paracaídas.
Luego de doblarlo convenientemente dentro de su funda, en cuya labor le colaboraba activamente su esposa Elisa, Heinecke acondicionó el implemento a su espalda y subió a la cabina trasera del Avro “José Abelardo Núñez”, piloteado por el teniente Rafael Sáenz.
En pocos minutos el avión alcanzó los 800 metros, altura programada para efectuar la prueba. En tanto desde tierra el público esperaba ansiosamente el segundo en que el acróbata iniciaría su espectáculo.
Un estruendoso  aplauso se dejó oír cuando vieron a Heinecke lanzarse al vacío y luego de algunos segundos, su caída era detenida bruscamente al abrirse totalmente el paracaídas, iniciando alrededor de los setecientos metros, un suave descenso  que lo trajo a tierra en la misma pista de aterrizaje.

El gran salto del Teniente Francisco Lagreze

Momentos más tarde, ante la natural expectación de los presentes, el Teniente Francisco Lagreze Pérez, se presentaba militarmente ante el General Contreras, pidiendo autorización para realizar un salto con el paracaídas de Heinecke, petición a la que el General accedió previa consulta al Almirante Gómez Carreño, quien  viendo una gran decisión y valentía en este gesto del joven aviador para realizar tan arriesgada maniobra, no pudo menos que autorizarla.
Con paso firme y decidido el Teniente Lagreze, acompañado del paracaidista alemán, tomó colocación en la cabina del de Havilland  piloteado por  el Teniente Oscar Herreros Walker, el que lentamente tomó ubicación en el punto de despegue y se elevó por los aires.
El cielo azul, despejado de nubes colaboró en la ejecución del salto, que se realizó cuando el avión alcanzó los mil metros. Desde allí, luego de recibir las últimas instrucciones, el oficial saltó al espacio cayendo libremente durante algunos segundos, que parecieron interminables para los espectadores, quienes emitieron una exclamación de alivio cuando vieron desplegarse la seda del paracaídas, el que ya convertido en un gran hongo flotante, frenó bruscamente la caída del novel paracaidista, quien al llegar a tierra realizó una rápida flexión de piernas, lo que no le impidió golpearse sobre una piedra suelta del terreno, provocándole  una ligera dislocación en un tobillo.
El descenso se calculó en menos de tres minutos y ya en tierra rápidamente Lagreze fue socorrido por el personal presente en el acto.
El público vibrante con la demostración de sangre fría y temeridad efectuada por el aviador chileno, invadió la pista ovacionando por espacio de varios minutos a Lagreze.
Una vez recogido el paracaídas y terminada la demostración, las autoridades y oficiales presentes en el acto se reunieron en el Casino de la Escuela, donde se colocó término a la intensa mañana de aviación.
El ingeniero Heinecke, como se le llamaba, anunció en la ocasión que realizaría algunos saltos en la capital, antes de regresar a su país.
Es así como el domingo 5 de octubre, programó un salto en los Campos de Sports de Ñuñoa, para lo cual las autoridades deportivas anunciaron un programa doble de fútbol entre  Morning Star versus Green Gross y 1º de Mayo versus Ferroviarios y un programa atlético con los mejores representantes de la especialidad.
La prensa dio una amplia cobertura a este espectáculo, nominándolo como  la única exhibición acrobática que  realizaría el gran paracaidista ante el público capitalino, lo que auguraba una gran concurrencia a esta presentación.
La reunión deportiva se realizaría en tres canchas diferentes y se iniciaría a las 14:00 horas, calculando que el aviador Heinecke realizaría su salto casi al fin de los partidos de fútbol.
Uno de los ganchos de la presentación consistía en que el paracaídas podía abrirse hasta 25 metros del suelo, lo que causaba la natural expectación del público.
Unas dos mil personas se hicieron presentes en el primer recinto deportivo santiaguino, entre los que se contaba el embajador de EE.UU. Williams Müller Collier, personal de su embajada y numerosos jefes del Ejército y la Escuela de Aviación.
La reunión era amenizada por las alegres notas musicales de la banda del Regimiento Tacna, cuando minutos antes de las cinco de la tarde apareció en el cielo el avión Avro  piloteado por el  Teniente Rafael Sáenz, quien realizó algunas acrobacias sobre el campo deportivo, las que fueron muy bien recibidas por el público.
Heinecke, que acompañaba al piloto, realizó en esta oportunidad un salto desde unos mil metros de altura.
El público saludó con un aplauso cerrado al paracaidista cuando  vio desplegarse el hongo de seda. Con el fin de que pudiera reconocer el lugar preciso del aterrizaje, se habían prendido algunas fogatas para que además pudiera tener una noción cabal de la dirección del viento.
Cuando el paracaidista se hallaba relativamente cerca de tierra  abrió una gran bandera chilena de unos dos metros y la batió al viento desde las alturas, provocando el natural entusiasmo de los espectadores.
A segundos de tocar tierra, una ráfaga de viento lo alejó de su objetivo, llevándolo hasta una pequeña cancha lateral, por lo que una vez que hubo recogido su paracaídas, Heinecke se dirigió hasta la cancha principal donde los equipos  1º de Mayo y Ferroviarios, habían suspendido momentáneamente el partido para ver su destreza aérea. La ovación fue tal que obligó al paracaidista  a dar una vuelta triunfal por la cancha.
Debido al éxito de esta presentación, algunos interesados intercedieron ante el Ministro de Guerra, para que autorizara a que un avión de la Escuela de Aviación, realizara una nueva demostración con el paracaidista alemán.
Concedido el permiso, el día domingo 19 de octubre se presentaba Heinecke en el Hipódromo Chile, en un Avro de la Escuela de Aviación, el que nuevamente estaba a los mandos del Teniente Rafael Sáenz.
Al igual que en la ocasión anterior, Sáenz realizó algunas acrobacias ante el público. Nuevamente Heinecke se lanzó desde mil metros, esta vez con gran precisión, ya que cayó frente a las tribunas, lo que permitió a los espectadores observar todos lo detalles del descenso.
Su impecable presentación entusiasmó a los directores del Hipódromo, quienes, una vez que el paracaidista recibió los elogios de la  concurrencia, lo llevaron en un vehículo hasta el Club de La Unión, donde se bebió una copa de champaña en su honor.
Ante esta manifestación de cordialidad Heinecke anunció que participaría en la fiesta de los niños huérfanos y luego en el Día del Ejército y la Armada.
Así fue como el día domingo 25 de octubre, el Club Hípico de Santiago se vestía con sus mejores galas para recibir a un público que colmó las graderías con el objeto de presenciar el espectáculo que presentarían las fuerzas de mar tierra y aire en el Día Deportivo del Ejército y la Armada.
Presidían el imponente acto los generales Luis Altamirano, Juan Pablo Benett y el Almirante  Francisco Neff, desempeñándose como anfitrión el Almirante Luis Gómez Carreño, Ministro de Guerra y Marina.
Entre las presentaciones de Regimientos y unidades de la Armada, destacó la participación de la Escuadrilla Mixta de Aviación Nº 1, compuesta por dos aviones Avro y dos de Havilland, al mando del Capitán Andrés Soza. Hubo un momento en que los aviones pasaron casi rozando las tribunas, a tal extremo que se creyó en un posible accidente. Luego de un cuarto de hora de evoluciones, los aviones regresaron a su base.
Tres de Havilland efectuaron en seguida una serie de vuelos acrobáticos, entre los que destacaron varios loopings, la “hoja seca” y otros que demostraron la eficiencia lograda por los pilotos de la Aviación
 Militar.
En esta oportunidad destacó el salto efectuado por el paracaidista Heinecke, quien se lanzó desde un avión Avro, desde mil metros de altura, cayendo en la cancha de polo del Club, logrando un nutrido aplauso de la concurrencia.
Por aquellos años, luego de efectuada esta fiesta militar en Santiago, se realizaba posteriormente otra en Valparaíso, la ese año tuvo lugar el domingo 2 de noviembre. Heinecke se comprometió con la Armada para realizar un salto desde un bote volador durante esta fiesta que tenía por objeto reunir fondos para la construcción de un hogar para tripulantes.
Sin embargo un fuerte viento sur que soplaba a la hora del espectáculo, impidió la salida de los aviones navales, que también debían participar en esta fiesta, quedando por ende, suspendida la participación  del paracaidista, hecho que fue muy lamentado entre el público, que quería conocer  este nuevo aporte de la ciencia que ya se encontraba en el puerto.

El salto del Piloto 2º Aviador Naval  Agustín Alcayaga

Aunque ese día los porteños se vieron defraudados por la ausencia de Heinecke, no tendrían que esperar demasiado para apreciar  las bondades del paracaídas, ya que éste en su afán de preparar nuevos paracaidistas se había comprometido con la superioridad naval para dejar apto como tal a un hombre  de sus filas.
Luego de un corto proceso teórico, el día martes 11 de noviembre de 1924, alrededor de las cuatro y media de la tarde, el bote volador Guardiamarina Zañartu, piloteado por el Teniente 1º Manuel Francke, despegaba desde  Las Torpederas, llevando como copiloto al Teniente 2º Edison Díaz y como pasajeros al paracaidista Otto Heinecke y al Piloto 2º Agustín Alcayaga, el alumno elegido  para realizar el salto, completando la nómina los mecánicos Constanzo y  Gómez.

Luego de realizar algunas evoluciones sobre la ciudad, cuando se desplazaba sobre la plaza Sotomayor, tomó dirección hacia el muelle de pasajeros y a una altura de unos ochocientos metros se vio salir de la cabina a un hombre llevando a su espalda el paracaídas salvador que lo sustentaría hasta su descenso en el agua de la bahía.
En un momento determinado y luego de recibir las últimas instrucciones por parte de Heinecke, Alcayaga saltó al vacío. Eran las cinco y veinte de la tarde y el  valeroso aviador naval  realizó un caprichoso zigzag en el aire impulsado por el viento que lo llevó a desplazarse peligrosamente entre los buques surtos en el puerto, cayendo a un costado del  “Almirante Latorre”, siendo socorrido oportunamente por una lancha, luego de haberse sumergido peligrosamente en el agua.
La noticia de que la Armada ya contaba con un paracaidista, se esparció por todos los cerros del puerto, situación que alentó a Heinecke a realizar una presentación en el Sporting Club, esta vez a beneficio de la construcción del  Hospital Naval, cuyas obras estaban inconclusas.
Con el correr de los días la prensa entregó la noticia que todos esperaban: el piloto Alcayaga sería de la partida y esta vez acompañaría al paracaidista alemán en un salto en la cancha del Sporting Club.
El día 16 de noviembre, luego de presenciar un interesante partido entre Everton y La Cruz, el público se dispersó por las canchas del Sporting para esperar la llegada del bote volador “Guardiamarina Zañartu”. Pasadas las cinco y media de la tarde el avión sobrevoló la pista a baja altura, remontando hasta alcanzar unos seiscientos metros y cuando se ubicaba un poco al norte de las tribunas, los concurrentes vieron desprenderse un bulto desde el costado del avión, abriéndose luego el paracaídas. El público observaba con mucha atención como el paracaidista se movía en el aire tratando de dirigir su aparato hasta el sector de la pista, cuando de improviso se vio como éste desplegaba una hermosa bandera chilena, descendiendo luego en el centro mismo de la cancha de fútbol, donde fue recibido por el público que se abalanzó a felicitarlo.
Se trataba nada menos que del piloto Alcayaga, hecho que despertó en la concurrencia un gran entusiasmo, el que se expresó en delirantes aclamaciones.
Ocho minutos más tarde, cuando el público todavía no se reponía de la euforia por el salto de Alcayaga, Heinecke se lanzaba desde el bote volador piloteado por el Teniente 1º Manuel Francke, un minuto después, con el paracaídas completamente abierto desplegaba una bandera alemana y comenzaba a disparar voladores. El viento le jugó una mala pasada, llevándolo hasta el sector de la cancha de tenis, desde donde el público lo condujo en andas hasta las tribunas. Luego ambos paracaidistas fueron llevados hasta los salones del Sporting, donde se reunieron los directores de esa institución y algunos amigos que deseaban exteriorizarles su admiración y simpatía por el brillante éxito de la prueba con que habían deleitado al público esa tarde.

Esta fue la última presentación en nuestro país del paracaidista Otto Heinecke, quien no sólo introdujo esta disciplina en el país, sino que la hizo conocida y lo que es más interesante permitió que dos chilenos, el aviador Teniente de Ejército Francisco Lagreze Pérez y el Piloto Aviador Naval Agustín Alcayaga, pudieran realizar saltos con sus paracaídas, convirtiendo al primero de ellos en el primer sudamericano en saltar en paracaídas desde un avión y al segundo en el primer sudamericano en hacerlo sobre el agua.
Con este verdadero bautizo de nuestros primeros paracaidistas, Heinecke regresó a su país, para seguir construyendo y mejorando su producto. Un par de años más tarde nuestra aviación militar le adquirirá en Alemania los primeros paracaídas comprados para nuestros aviadores.
--o0o---